La mora a la que de pequeña le hiciste creer que sus raíces y origen son motivo para
avergonzarse.
La mora de tu clase, a la que una vez le dijiste que era diferente marcando su mente para
siempre.
La mora a la que le exigiste demostrar el doble que al resto, para admitir que era
inteligente.
La mora a la que insultaste por ser quien es, y pobre de ella cada vez que intente quejarse.
La mora a la que infravaloraste porque sus padres trabajan en el campo y para ti eso es
importante.
La mora a la que cuestionaste por vestir, actuar, pronunciar y hablar, no es como tú y, por
lo tanto, debe integrarse.
La mora de la que te reíste por no conocer el idioma e infravaloraste por ser migrante.
La mora a la que prejuzgaste y ni siquiera le diste la oportunidad para hablarte o
conocerte.
La mora que cuando empezó a empoderarse, se convirtió en la excepción que siempre
buscaste.
La mora a la que temiste, acusaste y le exigiste una disculpa tras unos ataques que para ti
fueron su culpa.
La mora que es demasiado guapa para ser mora, o demasiado abierta para encajar en tu
imagen incierta.
La mora a la que atacaste por llamarte racista, pero que ahora es importante para tener tu
bonito icono antirracista.
La mora que por llevar velo está oprimida y obligada, y por no llevarlo, según tu criterio,
está correctamente integrada.
La mora que se hartó de escucharte y empezó por fin a valorarse.
La mora que logró desatarse de todas y cada una de las etiquetas que tú mismo te
inventaste.
La mora que ahora confiada, liberada y empoderada te señala a ti porque su voz
silenciaste.